11 de diciembre de 2015
A MOVIE by Jen Proctor – Jennifer Proctor
Publicado en FOUND FOOTAGE MAGAZINE
A MOVIE by Jen Proctor (Jennifer Proctor, 2010-12).
United States, digital video, color, sound, 12 min.
English version:
It is common practice in fiction movies to refer to previous cinematographic works in order to create a renovated vision, especially after the instauration of postmodernity. But what we commonly know as a remake isn't so common in the field of avant-garde cinema. A certain hermetic vision of the notion of originality as a pillar of artistic credibility, or an excessive reverence on behalf of the current filmmakers for the history of experimental cinema, might be two of the reasons.
A MOVIE by Jen Proctor (2010-12), by the American movie director Jennifer Proctor, falls into the category of remakes of experimental films. This twelve-minute video is an updated literal version of the mythical appropriation movie A MOVIE (1959), assembled by the Californian sculptor, visual artist and filmmaker Bruce Conner. This film, one of the masterpieces in the history of found footage, is a hilarious piece made out of production trimmings of cinematographic industry leftovers. Dozens of 16mm celluloid fragments, displaying images taken from movies of diverse origins—news broadcast, documentaries, fiction, educational and industrial films—shape a chaotic panorama emanating fascination, destruction and absurdity. Edited under criteria of subtlety narrative and contemplation, A Movie inaugurates a cinematographic practice that accumulates disparate celluloid pieces under the guideline of a united will. If moving images have been the raw material for 20th-century art –the cinema– and have been consolidated through the main mass media—TV—the horror vacui is their principal form of expression. Bruce Conner's first film exemplifies to perfection the dichotomy between entertainment and information that emerges from those two audio-visual media. It does so with the intention of inventing a hyperbolic plot made out of complex semantic layers linked to catastrophic, poetic and erotic elements.
Jennifer Proctor's piece updates Conner's proposal and corroborates the statement made by the theorist Catherine Russell that “found footage cinema is the aesthetic of the ruins.” If the remains existent in 1959 already indicate the superabundant production of cinematographic objects, the video-graphic remains present in 2012 re- mark this saturation, intensified by the emergence and establishment of digital video systems. The different technology used in the editing of these two works contrasts with the similarity of the chosen scenes. Proctor copies the visual information shown in A MOVIE (1959), looking for new audio-visual materials that would respond to those used by Conner. She does so scene by scene, as a meticulous exercise in systematic mimesis, by means of which an element of contemporaneousness is added to the representation. The final result is a respectful tribute, visualized from multiple angles, which transmits a lucid—and ludic—commentary about audio-visual consumption in western capitalist societies.
If found footage films are self-referential due to the fact that they refer to their own existence as recycled images, an artwork like A Movie by Jen Proctor can be considered the epitome of this axiom. In this way Jennifer Proctor demonstrates that the interests of the “society of the spectacle” are practically the same as they were fifty years ago. The unstoppable technological evolution of the cinema—the consolidation of a digital format of uncertain durability—makes the resultant products refer, more than ever, to the production media that generate their images. As Jay Leyda said, “films beget films.”
Versión en español:
Acudir a una obra cinematográfica pretérita para realizar una revisión renovada de la misma es habitual en el cine de ficción, especialmente tras la instauración de la postmodernidad. Pero lo que habitualmente se conoce como remake no es tan común en el territorio del cine de vanguardia. Cierta consideración hermética de la noción de originalidad como pilar de la credibilidad artística, o una reverencia desmedida de los creadores actuales respecto a la historia del cine experimental, pueden ser algunos de sus motivos.
A Movie by Jen Proctor (2010-12), de la norteamericana Jennifer Proctor, entra en la categoría de remakes de obras experimentales. Este vídeo de doce minutos consiste en una puesta al día, literal, del mítico filme de apropiación A Movie (1959), montado por el escultor, artista visual y cineasta californiano Bruce Conner. Esta película, una de las cumbres históricas del cine de found footage, es un montaje hilarante hecho con excedentes de producción de la industria cinematográfica. Decenas de fragmentos de celuloide de 16 mm, con imágenes extraídas de filmes de procedencia diversa –noticiarios, documentales, ficciones, filmes educacionales e industriales–, conforman un caótico panorama cargado de fascinación, destrucción y absurdidad. Editado bajo un criterio contemplativo sutilmente narrativo, A Movie inaugura una práctica fílmica que acumula trozos de celuloide dispares bajo una voluntad unitaria. Si la imagen en movimiento es la materia prima con la que se erige el arte del siglo XX –el cine– y se consolida el principal medio de comunicación de masas –la televisión–, el horror vacui es su principal forma de expresión. El primer filme de Bruce Conner ejemplifica a la perfección la dicotomía entre entretenimiento e información que emerge de esos dos medios audiovisuales. Lo hace para elucubrar un argumento hiperbólico hecho de complejas capas semánticas ligadas a lo catastrófico, lo poético y lo erótico.
La pieza de Jennifer Proctor actualiza la propuesta de Conner haciendo más evidente, si cabe, la consideración escrita por la teórica Catherine Russell de que ‘el cine de found footage es una estética de la ruina’. Si los vestigios existentes en 1959 ya indican la sobreabundante producción de objetos filmográficos, los restos videográficos presentes en 2012 remarcan esa saturación, acrecentada gracias a la aparición e instauración del vídeo digital. La diferencia tecnológica utilizada para editar los dos trabajos contrasta con la similitud de los planos escogidos. Proctor copia la información visual mostrada en A Movie (1959), buscando nuevos materiales audiovisuales que respondan a los utilizados por Conner. Lo hace plano por plano, como un ejercicio meticuloso de mímesis sistemática. Con este método se añade un plus de contemporaneidad a la representación. El resultado final es un homenaje respetuoso, visualizado desde múltiples puntos de vista, que transmite un comentario lúcido (y lúdico) sobre el consumo audiovisual en la sociedad capitalista occidental.
Si las películas de found footage son autorreferenciales porque remiten a su propia existencia en tanto que imágenes recicladas, una pieza como A Movie by Jen Proctor es el epítome de ese axioma. Jennifer Proctor demuestra así que los intereses de ‘la sociedad del espectáculo’ son prácticamente los mismos que los de hace cincuenta años. La imparable evolución tecnológica del cine -–la consolidación de un formato digital de dudosa perdurabilidad-– provoca que los productos resultantes remitan, más que nunca, a los medios de producción que originan sus imágenes. Como diría Jay Leyda, ‘los filmes engendran filmes’.
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