Tango (1980) |
Hace tres años que imparto un seminario de primero de bachillerato llamado El lenguaje audiovisual. Es una unidad de seis horas que forma parte de la asignatura Ciencias para el mundo contemporáneo. Se da a todos los grupos de primero de la escuela –donde trabajo hay un total de diez–. El primer día de clase siempre visionamos la pieza Tango (1981) de Zbigniew Rybczynski en DVD. Más de 400 adolescentes han visto este filme de ocho minutos, junto a sus compañeros de clase. La proyección resulta ser toda una experiencia. Fascina ver el desconcierto que provoca, alegra comprobar el jolgorio que suscita.
Tango es una propuesta fílmica indudablemente inusual, delirantemente festiva. Rompe las expectativas del espectador y transforma las ideas preconcebidas sobre la narración cinematográfica de un modo asombroso. Y es que en la adolescencia, muchas veces, se da todo por sabido. Plantear una pregunta como ¿qué es el cine? parece del todo inadecuado para ellos –como cuando a principios de los ochenta se cuestionaba qué era el vídeo y de repente llegaron los videoclubs para acabar, lamentablemente, con las dudas–. Para ellos el cine solo son los largometrajes narrativos que ocupan la multiplicación de pantallas de nuestro entorno.
Resulta curioso observar las reacciones de los estudiantes ante un filme en el que no se da ningún tipo de directriz para observarlo. No hay textos escritos, no hay diálogos, no hay voz en off, no existe ningún personaje principal, tampoco hay un único foco de atención. No hay ningún hilo conductor que permita entender el porqué de su despliegue formal. No hay ningún razonamiento argumental que justifique el devenir de lo ocurrido. En ningún caso hay un desarrollo causal coherente. Nada se explica, poco tiene sentido. No es un filme basado en ningún libro. Ninguna novela se acercaría, ni por asomo, a lo que sucede en esta película. Lo que sí hay son decenas de personajes que realizan una sola acción, repetida en bucle progresivamente. Solo hay un escenario: una habitación con tres puertas, una ventana, una cama, una estantería y una mesa central. Son unos pocos elementos escenográficos que sirven para contextualizar algunas de las interpretaciones de los actores. Todos ellos actúan como si estuvieran absolutamente solos en ese espacio, comportándose como si no hubiera nadie a su alrededor. Se muestran ajenos a los demás, pero el espectador los ve simultáneamente como un todo.
La falta de elementos narrativos –tanto escritos como verbales– contrasta con la acumulación de información visual y con el contrapunto sonoro. A lo largo de ocho minutos sucede de todo –tanto o más que en "la escena del camarote de los hermanos Marx"–. Se escucha un tango –de ahí el título del filme– y se repiten efectos sonoros sincronizados. Comer, dormir, vestirse, llorar, arreglar una bombilla, hacer el pino o fregar el suelo son algunas de las acciones que tienen lugar. El primer elemento en hacer acto de presencia es un balón que se cuela por la ventana. Un niño se asoma a ella y, al ver que no hay nadie en ese habitáculo, decide entrar, sigilosamente, para recuperar el cuero. A partir de aquí empiezan a entrar personas (hasta treinta-y-seis) cuya interpretación se limita a una sola filmación, copiada repetidas veces en la post-producción.
Un objeto relacionado con el juego y el entretenimiento es el elemento que activa la acción de un filme lúdico, una celebración, enigmáticamente distendida, sobre la existencia del ser humano. Personas de géneros y edades diferentes quedan fotografiados, filmados y copiados como si de un fotomontaje en movimiento se tratara. Este carácter formal convierte la película en una obra de animación con filmaciones reales (ganadora del Oscar al mejor cortometraje de animación en 1983). El copiado óptico de cada intervención y el bucle en el que se introducen los figurantes lo convierten en un collage fílmico donde las preguntas del espectador parecen ser ilimitadas: ¿Qué sucede? ¿Por qué sucede de este modo? ¿Quién está detrás de este engranaje? ?A dónde nos lleva su desarrollo? Las conjeturas tampoco parecen tener fin: ¿Estamos ante un resumen del devenir de la existencia? ¿Es una representación del irremediable destino? ¿Hay alguien ahí moviendo todos estos hilos? ¿Hemos venido aquí a pasar el rato, abrir y cerrar puertas repetidamente hasta un día concreto? ¿Por qué no hay más bien nada?
Resulta pertinente elucubrar un significado que equilibre lo sucedido entre estas cuatro paredes. Finalmente Tango puede interpretarse como la representación del ciclo vital mediante acciones simultáneas, en un contexto geográfico delimitado en tiempos paralelos. La película se puede ver como una creación donde los seres humanos se presentan de modo yuxtapuesto con movimientos predeterminados. El destino ya está marcado y las posiciones que ocupan son siempre las mismas, como si formaran parte de un videojuego arcade primigenio, matemáticamente calculado para encajar como un rompecabezas. En palabras del propio Zbigniew Rybczynski el proceso de creación del filme es el siguiente: "I had to draw and paint about 16.000 cell-mattes, and make several hundred thousand exposures on an optical printer. It took a full seven months, sixteen hours per day, to make the piece. The miracle is that the negative got through the process with only minor damage, and I made less than one hundred mathematical mistakes out of several hundred thousand possibilities”.
En última instancia el visionado del filme favorece establecer un debate posterior. Permite reflexionar sobre el valor de la pieza a nivel estético, entender su carácter conceptual y usar las palabras para entender algunas de las dinámicas que sugiere sutilmente. Hablar de ella ayuda a ampliar el campo de acción desde el que se ve el cine en un momento especialmente saturado de producciones audiovisuales unívocas, en pantallas digitales omnipresentes.
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