Ventana (1975) |
El cineasta Claudio Caldini (Buenos Aires, 1952) es uno de los artistas argentinos más significativos de la experimentación fílmica. Su obra está formada por un conjunto de películas filmadas en formatos subestándard –super 8 y 16mm–, realizadas desde mediados de los años setenta. Su manera de entender el arte de la imagen en movimiento queda ligado a una concepción poética parecida al lyrical cinema del contexto estadounidense de los años sesenta. La manera de capturar fotoquímicamente su entorno cotidiano queda equiparada a la de creadores como Marie Menken, Stan Brakhage o Jonas Mekas; cineastas interesados por la poética de la imagen, las texturas fotográficas, los ritmos impresionistas, las impresiones lumínicas y la documentación personal. Su voluntad de ruptura respecto a las nociones establecidas del uso de los dispositivos cinematográficos, y el deseo por describir la naturaleza bajo parámetros decididamente inusuales, queda directamente vinculada a la obra del cineasta canadiense Michael Snow y a la del inglés Chris Welsby, respectivamente.
Pero su enfoque es más austero, más humilde, de presupuestos más limitados y, como consecuencia, de mayor libertad en relación a las consideraciones formales. Claudio Caldini libera la cámara del trípode para atarla a unas cuerdas que les permiten mover el aparato bajo perspectivas contundentemente alejadas de terminologías homologadas. Utilizar términos como panorámica o travelling en películas como Gamelan (1981) parece irrisorio. Filmando cámara en mano, transforma la percepción habitual del paisaje natural registrando frame a frame o mediante ráfagas de fotogramas, a menudo duplicados mediante dobles exposiciones sobre el mismo celuloide. Junto a Chris Welsby, Caldini registra el paisaje teniendo en cuenta los intervalos de tiempo que le permite la cámara. A diferencia de él su metodología deja de lado consideraciones sistemáticas o estructuras previamente delimitadas que anticipen el resultado final. Su acercamiento es más intuitivo, más fresco. Responde a un espíritu lúdico, pero también a un sentir distorsionado de la realidad.
El trabajo intermitente de Caldini ha quedado perfectamente documentado en una largometraje titulado Hachazos (2011), dirigido por el realizador Andrés Di Tella. Es ahí donde la figura del cineasta experimental –y performer– queda descrita bajo situaciones vitales extremadamente determinantes para su obra final. Caldini marchó a la India y desapareció del mapa. Abandonó su práctica y estuvo internado en un centro psiquiátrico. Su mente había quedado trastocada. Al menos esa es la consideración que se extrae de un documental pacientemente observacional que recrea procesos de creación, recuerda pasados alucinógenos, rememora etapas inquietantes y describe serenamente una actualidad de futuro clarividente. Di Tella establece un diálogo cinematográfico construido como un diario filmado. Es un ensayo en primera persona sobre una segunda persona. Debatiendo el contexto político argentino del final de la dictadura, cuestiona el valor de la práctica cinematográfica, el espíritu artístico de una época y la relevancia de unas imágenes prácticamente invisibles, pero indudablemente reveladoras.
Prisma (2005) |
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