Trypps#7 (Badlands) (2010) Ben Russell |
Realizar películas y programarlas junto a filmes ajenos es una tarea que ciertos cineastas llevan a cabo para hallar paralelismos entre la obra fílmica propia y las piezas predilectas de otros autores. Es un ejercicio que permite observar puntos en común entre películas diferentes, seleccionadas bajo criterios similares. La intención final es elaborar un discurso que sustente lo escogido por el comisario y su participación en tanto que realizador. Este tipo de estrategia –derivada de la “carta blanca”– se pudo presenciar el sábado 26 de febrero de 2011, en una de las sesiones más insólitas de la última edición del Punto de Vista, el Festival Internacional de Cine Documental de Navarra. Ben Russell elaboró un programa variopinto de películas de autores y épocas diversas para enmarcar su último filme, titulado Trypps#7 (Badlands) (2010). Este cineasta, artista y profesor de la Universidad de Illinois (Chicago), es uno de los nombres de referencia del cine documental y el cine experimental actual más heterodoxo. “Psychedelic ethnography” es el término que él mismo ha acuñado para definir una inquietud crítica, ligada a una tarea artística que abarca múltiples disciplinas –fue antiguo componente del grupo musical de hardcore psicodélico Black Dice–. Desde febrero de 2004 ha comisariado unas sesiones cinematográficas llamadas Magic Lantern que recientemente han dado paso a las de la Gallery 400, en la ciudad de Chicago. El cineasta estuvo en Pamplona para presentar una sesión titulada En torno a Trypps#7, que contó con ocho películas de autores tan dispares como Laida Lertxundi, Karl Kels, Gunvor Nelson, Timothy Asch y Napoleon Chagnon, el colectivo Paper Rad, Segundo de Chomón, Kenneth Anger o Gerard Holthuis. El conjunto de piezas trazó un recorrido intensamente ecléctico, de connotaciones expansivas, visualmente arrolladoras.
My name is Oona (1969) Gunvor Nelson
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Footnotes to a house of love (2007), de la realizadora española Laida Lertxundi, encabezó la proyección. El filme está hecho de planos estáticos cerrados y panorámicas pausadas. Rodadas en exteriores, las imágenes definen los alrededores de un hogar de madera, situado en medio del desierto de California. Describiendo el paisaje, sugiriendo el silencio del entorno y dirigiendo las apariciones pasivas de ciertos personajes, Lertxundi filma en celuloide para transmitir, mediante el fuera de campo, la sensación de vacío. Se podría hablar de poesía fílmica, de cadencia lírica u otros términos elogiosos, pero lo cierto es que estamos ante un cortometraje observacional ciertamente pasivo. Su máximo logro es haber filmado en 16mm, durante trece minutos, un espacio mítico de la historia del cine; escenario de westerns crepusculares o filmes post-hippies. Sin dejarse llevar por el tono ciertamente trendy del filme anterior, Karl Kels se acerca al Prince Hotel de Nueva York para retratar los personajes que lo frecuentan, filmando, a su vez, las calles del Bowery en el Lower East Side de Manhattan. A lo largo de ocho minutos, fotografiados en un contrastado blanco y negro, el cineasta alemán registra el ambiente del Prince Hotel (2003) mediante planos cerrados de detalles prácticamente imperceptibles. Los rostros envejecidos de personajes impasibles protagonizan un filme contemplativo que, serenamente, ve pasar el tiempo en un entorno urbano. My name is Oona es un elogio al mito femenino, rodado en 1996 por la realizadora sueca Gunvor Nelson. Filmando una niña rubia que pasea por un bosque, Nelson evoca la mitología nórdica, tan íntimamente ligada a la naturaleza. Imágenes frenéticas en blanco y negro, sobre-expuestas continuamente, aceleran el ritmo del filme en consonancia con las repeticiones sonoras: una única frase que reza “My name is Oona” invocada ad infinitum. El trabajo sonoro coordinado por el maestro del minimalismo Steve Reich da sentido musical a una minuciosa edición de planos hermosamente yuxtapuestos. Los desdoblamientos de la niña y los bucles imposibles del sonido convierten la pieza en un delirio sensorial fugaz: un tema musical donde las voces se acoplan constantemente al destello visual. Timothy Asch y Napoleon Chagnon son los dos realizadores de un breve documento llamado Children’s magical death (1974). Esta pieza de siete minutos muestra a un grupo de niños indios medio desnudos que, fingiendo ser chamanes, imitan a sus padres. Simulan invocar a los espíritus hekura esnifando cocaína –ellos utilizan cenizas–. Es una película etnográfica venezolana incluida en la serie Yanomamo (un documental clásico de la antropología visual, cuyo título completo es A Man Called "Bee": Studying The Yanomamo). El texto inicial aclara la situación, pero no por ello deja de impactar el juego establecido entre los niños y el registro propuesto por los documentalistas.
Invocation of my Demon Brother (1969) Kenneth Anger
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How to escape from stress boxes (2006) es un vídeo de animación digital realizado por el colectivo estadounidense Paper Rad. Figuraciones psicodélicas de los años ochenta, solucionadas con texturas pixeladas de colores chillones, permiten esbozar una trayectoria bidimensional pesadillesca, que parece sacada de una pantalla de videojuego no apta para epilépticos. Un chico joven se pasea aturdido entre un marasmo de imágenes, señales, ruidos infernales, Trolls peludos, logos de marcas deportivas (Just Do It!, No Fear) y una banda sonora de 8 bits insoportablemente alienante. El resultado es una saturación enfermiza de estímulos tan alucinógenos como decadentes. Su contraste con Le Spectre Rouge es notorio. Esta película muda de 1907 rodada por Segundo de Chomón y Ferdinand Zecca invoca los fantasmas mediante un uso eficiente de los trucajes. El cineasta aragonés plantea el filme como un conjunto de apariciones y desapariciones de figuras femeninas, elaboradas por un prestidigitador esquelético. Gracias a las dobles exposiciones y al uso insólito de la profundidad de campo los sortilegios surten efecto en un escenario infernal tintado de tonos rojizos que conecta con el título posterior. Con Invocation of my demon brother (1969) el gran Kenneth Anger pone al descubierto toda su capacidad creativa para celebrar la existencia de lo demoníaco. A partir de un ritual que invoca a Lucifer, el autor de Scorpio Rising y Lucifer Rising sintetiza, en apenas doce minutos, algunas de sus constantes fílmicas: magia negra, ocultismo, espiritismo, música rock, homosexualidad, iconografía nazi, referencias contraculturales, etc. Aquí es el zumbido incisivo de un Mick Jagger electrónico el que acompaña musicalmente un amalgama de referencias visuales, que optan por la interpretación ensimismada y la documentación etérea. Todo ello queda resuelto como un conglomerado psicodélico cuya oscuridad parece homenajear a Aleister Crowley. El vídeo de Gerard Holthuis sobre el mundo subacuático documenta la fauna del Mar Rojo, al son de la música del egipcio Abdel Basset Hamouda. Insistiendo con el uso de efectos estroboscópicos y frames breves de colores planos editados milimétricamente, el realizador holandés plantea una danza rítmicamente frenética en el fondo del mar. El efecto de Marsa Abu Galawa (2004) es tan alucinatorio como enfermizo. Es una danza submarina hecha de coreografías de peces de colores. Es un flicker film que marea al espectador, dejándolo tan boqueabierto como noqueado.
Marsa Abu Galawa (2004) Gerard Holthuis |
Programando esta serie de títulos, Ben Russell demostró su amplio conocimiento del panorama cinematográfico internacional, y su facilidad para vincular estilos cinematográficos antagónicos: animación digital actual, filmes de la época muda, documentales etnográficos, experimentaciones poético-líricas, etc. Si el ensanchamiento de las capacidades sensoriales –mediante la puesta en práctica de la magia o la simulación de experiencias alucinógenas– fue una de las constantes de la sesión, bien es cierto que éstas se agudizaron con el último trabajo proyectado: Trypps#7 (Badlands) (2010) de Ben Russell. En esta película el cineasta registra el rostro de una chica joven en el Parque Nacional de Badlands durante diez minutos. Al inicio ella mira fijamente a un objetivo que la registra en cámara lenta. Míninos desplazamientos hacia la parte superior e inferior del plano, acaban deviniendo en un movimiento acelerado de la imagen que, finalmente, desvela el mecanismo de la filmación: una cámara fija encuadrando un espejo giratorio. Como indican las notas del filme, se trata de “un viaje lisérgico” que investiga “el romanticismo sublime, la experiencia fenomenológica y la espiritualidad laica”. Para hacerlo recupera concepciones del cine estructural sobre el poder revelador de la cámara, y ciertas prácticas fílmicas performativas que incluyen espejos como elementos principales de la experiencia cinematográfica. El mismo Ben Russell lo corrobora vía mail: “la respuesta es sí a todas tus preguntas: pude presenciar la performance de Guy Sherwin Man with a mirror tres veces cuando Ben Rivers y yo hicimos una gira por Australia en 2007; La Région Centrale de Michael Snow siempre está en mi mente cuando hago películas (incluso pude ver la máquina que utilizó, en la Bienal de Sydney de ese mismo año), pero sí, el filme de Chris Welsby –Windmill II– es el que está relacionado de un modo más directo con Trypps#7. También añadiría Meshes of the Afternoon de Maya Deren (especialmente el final), Killer of Scheep (cuando él llega a “la ventana” del coche) y Superman 2 (el principio), a esta lista, con, probablemente, mayor importancia”. Este artista multimedia especializado en la programación de proyecciones y la realización de películas singulares –tanto en versión monocanal como en instalaciones–, aseguraba en una entrevista para Andrew Rosinki la relación que se había establecido entre su función de comisario y su papel como creador: “Después de años de hacer programaciones, tuve mi primera sesión individual como cineasta. De repente me di cuenta de que mi acercamiento como programador era un espejo de mi práctica”. Un modo sincero de admitir el grado de influencia del imaginario personal en el que se incluyen todos esos filmes venerados.
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