Publicado en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia
Al margen de la industria cinematográfica española ha proliferado un cine insólito y excepcional que ha quedado sistemáticamente aislado. Es un cine que por sus experimentaciones formales y sus discursos radicales no ha encajado en los cánones institucionales. Desde el contexto artístico se ha procurado visibilizar unas prácticas que en la actualidad piden incesantemente continuidad.
John Cage afirmó: “La palabra experimental es válida, siempre que se entienda no como la descripción de un acto que luego será juzgado en términos de éxito o fracaso, sino simplemente como un acto cuyo resultado es desconocido”. Ciertamente el término experimental resulta controvertido a la hora de identificar un conjunto de manifestaciones culturales que tratan de hallar resoluciones estéticas originales y configuraciones ideológicas reformadoras. La experimentación responde a una necesidad del artista por interrogar los procesos que articulan su práctica, desmontar los significados establecidos y poner en tela de juicio su legitimación. A causa de esa disidencia respecto a la postura conservadora del cine de entretenimiento, el cine experimental ha vinculado constantemente su quehacer con el del mundo del arte. La conexión entre los artistas plásticos y el cine experimental viene de lejos. Pintores y escultores que desarrollaron nuevos lenguajes artísticos en el seno de las vanguardias artísticas de principios de siglo tantearon las posibilidades de un nuevo medio cuyas potencialidades aún estaban por definir. Durante los años veinte las inquietudes por experimentar con el dispositivo cinematográfico y presenciar de primera mano sus efectos perceptivos y cognitivos se tradujeron en una búsqueda permanente de imágenes en movimiento reflexivas, generalmente alejadas de los imperativos narrativos. En el contexto español las vanguardias cinematográficas quedaron ejemplificadas por los primeros trabajos de Luis Buñuel en colaboración con Salvador Dalí. Mientras la literatura y las artes plásticas desarrolladas en España vieron la proliferación de un amplio abanico de propuestas vanguardistas, el séptimo arte fue testigo de un panorama algo desolador. Manuel Noriega, Sabino Antonio Micón y Nemesio Manuel Sobrevila fueron algunos de los cineastas que experimentaron -en mayor o menor medida- las estructuras de la imagen cinemática; pero la repercusión de sus filmes quedó cercenada por el desinterés institucional o, directamente, por la desaparición de las copias originales. Hace falta contemplar la obra del cineasta granadino José Val del Omar para descubrir el máximo exponente de una vanguardia cinematográfica que, por su riqueza visual e investigación tecnológica, entronca directamente con el cine expandido y el arte multimedia iniciado durante la década de los años sesenta. Aguaespejo Granadino (1953-55) y Fuego en Castilla (1958-60) son películas conmovedoras de poéticas visuales y sonoras sin precedentes. VDO es un autor visionario, un artista-ingeniero capaz de elaborar imágenes místicas de luminosidad trascendental.
La década de los años sesenta está determinada por la lucha sistemática de los artistas contra la represión del régimen franquista. Es en esta época cuando escultores como el vasco Jorge Oteiza o poetas visuales como el catalán Joan Brossa tantean las posibilidades de realizar un cine crítico con la dictadura, mediante innovaciones formales que remitan a un compromiso político. Operación H (1963) de Néstor Batserretxea es una de las aportaciones paradigmáticas en el fructífero campo del cine experimental en territorio vasco –lo atestiguan las películas de Ramón de Vargas o José Julián Bakedano-. La productora X Films del empresario Juan Huarte permite el desarrollo de un tipo de cine que en Catalunya queda definido alrededor de figuras como el productor, político y cineasta Pere Portabella. Películas como su Vampir-Cuadecuc (1970) o la obra del arquitecto Ricard Bofill Esquizo (1970) son dos de los largometrajes más relevantes de este periodo histórico. Los primeros años setenta quedan representados por cineastas subversivos como el tarraconense Antoni Padrós, el madrileño Adolfo Arrieta o el aragonés Jose Antonio Maenza. Todos ellos crean un cine de características particulares, cuya invisibilidad se ha visto magnificada por las condiciones políticas del territorio ibérico. La desidia generalizada ante unas prácticas discontinuas y marginales ha contrastado con valerosas aportaciones escritas como el análisis Práctica fílmica y vanguardia artística en España 1925-1981 de Eugeni Bonet y Manuel Palacio -convertido por derecho propio en el único tratado coherente del cine experimental español-. En él se recoge el grueso de la obra fílmica de un conjunto de autores heterodoxos decantados hacia la indagación de unas narraciones surrealistas y líricas, situadas entre lo onírico y la psicodelia; un cine abstracto y puro; una animación experimental realizada sin cámara, a modo de música visual; unos ensayos metafílmicos que aluden al cine estructural o unas deconstrucciones catalogables como found footage. Estas categorías definen un cine conectado con los métodos de realización y los contextos de exhibición del mundo del Arte, que a su vez ofrecen paralelismos con los del cine documental.
La renuncia a someterse al aparato industrial del cine comercial ha impedido descubrir unas películas de escasa difusión y menor recepción. Con la llegada de la democracia desaparece la censura pero prosigue el desinterés de las instituciones y el rechazo de una crítica cinematográfica específicamente centrada en los nuevos cines europeos. El auge de finales de los setenta -con el formato súper 8 en su punto álgido y la figura de Iván Zulueta al frente-, hace creer en la posibilidad de asentamiento del experimental. Pero la llegada del videoarte y la televisión autonómica diversifica el panorama, para confirmar que prácticamente todas las experiencias de producción, distribución y exhibición de cine experimental han quedado relegadas a excéntricos intentos sin continuidad. Actualmente utilizar la etiqueta cine experimental de modo taxativo resulta poco adecuado para referirse a la obra de un conjunto ecléctico de jóvenes realizadores que, combinando soportes y puntos de vista, dan lugar a filmes y vídeos cercanos al documental, el cine-ensayo, el fake, la animación, el videoarte, la ficción o el videoclip. La prometedora escena actual debería permitir la recuperación de la obra de unos realizadores nacionales, lamentablemente olvidados por su independencia. Recordar, invocar y revivir este cine es descubrir otra memoria histórica. Una que, sin lugar a dudas, es de gran valor cinematográfico.
Al margen de la industria cinematográfica española ha proliferado un cine insólito y excepcional que ha quedado sistemáticamente aislado. Es un cine que por sus experimentaciones formales y sus discursos radicales no ha encajado en los cánones institucionales. Desde el contexto artístico se ha procurado visibilizar unas prácticas que en la actualidad piden incesantemente continuidad.
John Cage afirmó: “La palabra experimental es válida, siempre que se entienda no como la descripción de un acto que luego será juzgado en términos de éxito o fracaso, sino simplemente como un acto cuyo resultado es desconocido”. Ciertamente el término experimental resulta controvertido a la hora de identificar un conjunto de manifestaciones culturales que tratan de hallar resoluciones estéticas originales y configuraciones ideológicas reformadoras. La experimentación responde a una necesidad del artista por interrogar los procesos que articulan su práctica, desmontar los significados establecidos y poner en tela de juicio su legitimación. A causa de esa disidencia respecto a la postura conservadora del cine de entretenimiento, el cine experimental ha vinculado constantemente su quehacer con el del mundo del arte. La conexión entre los artistas plásticos y el cine experimental viene de lejos. Pintores y escultores que desarrollaron nuevos lenguajes artísticos en el seno de las vanguardias artísticas de principios de siglo tantearon las posibilidades de un nuevo medio cuyas potencialidades aún estaban por definir. Durante los años veinte las inquietudes por experimentar con el dispositivo cinematográfico y presenciar de primera mano sus efectos perceptivos y cognitivos se tradujeron en una búsqueda permanente de imágenes en movimiento reflexivas, generalmente alejadas de los imperativos narrativos. En el contexto español las vanguardias cinematográficas quedaron ejemplificadas por los primeros trabajos de Luis Buñuel en colaboración con Salvador Dalí. Mientras la literatura y las artes plásticas desarrolladas en España vieron la proliferación de un amplio abanico de propuestas vanguardistas, el séptimo arte fue testigo de un panorama algo desolador. Manuel Noriega, Sabino Antonio Micón y Nemesio Manuel Sobrevila fueron algunos de los cineastas que experimentaron -en mayor o menor medida- las estructuras de la imagen cinemática; pero la repercusión de sus filmes quedó cercenada por el desinterés institucional o, directamente, por la desaparición de las copias originales. Hace falta contemplar la obra del cineasta granadino José Val del Omar para descubrir el máximo exponente de una vanguardia cinematográfica que, por su riqueza visual e investigación tecnológica, entronca directamente con el cine expandido y el arte multimedia iniciado durante la década de los años sesenta. Aguaespejo Granadino (1953-55) y Fuego en Castilla (1958-60) son películas conmovedoras de poéticas visuales y sonoras sin precedentes. VDO es un autor visionario, un artista-ingeniero capaz de elaborar imágenes místicas de luminosidad trascendental.
La década de los años sesenta está determinada por la lucha sistemática de los artistas contra la represión del régimen franquista. Es en esta época cuando escultores como el vasco Jorge Oteiza o poetas visuales como el catalán Joan Brossa tantean las posibilidades de realizar un cine crítico con la dictadura, mediante innovaciones formales que remitan a un compromiso político. Operación H (1963) de Néstor Batserretxea es una de las aportaciones paradigmáticas en el fructífero campo del cine experimental en territorio vasco –lo atestiguan las películas de Ramón de Vargas o José Julián Bakedano-. La productora X Films del empresario Juan Huarte permite el desarrollo de un tipo de cine que en Catalunya queda definido alrededor de figuras como el productor, político y cineasta Pere Portabella. Películas como su Vampir-Cuadecuc (1970) o la obra del arquitecto Ricard Bofill Esquizo (1970) son dos de los largometrajes más relevantes de este periodo histórico. Los primeros años setenta quedan representados por cineastas subversivos como el tarraconense Antoni Padrós, el madrileño Adolfo Arrieta o el aragonés Jose Antonio Maenza. Todos ellos crean un cine de características particulares, cuya invisibilidad se ha visto magnificada por las condiciones políticas del territorio ibérico. La desidia generalizada ante unas prácticas discontinuas y marginales ha contrastado con valerosas aportaciones escritas como el análisis Práctica fílmica y vanguardia artística en España 1925-1981 de Eugeni Bonet y Manuel Palacio -convertido por derecho propio en el único tratado coherente del cine experimental español-. En él se recoge el grueso de la obra fílmica de un conjunto de autores heterodoxos decantados hacia la indagación de unas narraciones surrealistas y líricas, situadas entre lo onírico y la psicodelia; un cine abstracto y puro; una animación experimental realizada sin cámara, a modo de música visual; unos ensayos metafílmicos que aluden al cine estructural o unas deconstrucciones catalogables como found footage. Estas categorías definen un cine conectado con los métodos de realización y los contextos de exhibición del mundo del Arte, que a su vez ofrecen paralelismos con los del cine documental.
La renuncia a someterse al aparato industrial del cine comercial ha impedido descubrir unas películas de escasa difusión y menor recepción. Con la llegada de la democracia desaparece la censura pero prosigue el desinterés de las instituciones y el rechazo de una crítica cinematográfica específicamente centrada en los nuevos cines europeos. El auge de finales de los setenta -con el formato súper 8 en su punto álgido y la figura de Iván Zulueta al frente-, hace creer en la posibilidad de asentamiento del experimental. Pero la llegada del videoarte y la televisión autonómica diversifica el panorama, para confirmar que prácticamente todas las experiencias de producción, distribución y exhibición de cine experimental han quedado relegadas a excéntricos intentos sin continuidad. Actualmente utilizar la etiqueta cine experimental de modo taxativo resulta poco adecuado para referirse a la obra de un conjunto ecléctico de jóvenes realizadores que, combinando soportes y puntos de vista, dan lugar a filmes y vídeos cercanos al documental, el cine-ensayo, el fake, la animación, el videoarte, la ficción o el videoclip. La prometedora escena actual debería permitir la recuperación de la obra de unos realizadores nacionales, lamentablemente olvidados por su independencia. Recordar, invocar y revivir este cine es descubrir otra memoria histórica. Una que, sin lugar a dudas, es de gran valor cinematográfico.
Thanks for posting this, a fine history lesson indeed (despite google translators limited abilities)...
ResponderEliminarThank you very much Jacob.
ResponderEliminar"Making Light Of It" looks pretty good!
All the thanks go to you, as this blog continues to serve as both a great resource and an inspiration for my own humble efforts...
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